La Hermandad de los Diablos es una corporación de carácter religioso, dedicada a la Virgen Candelaria y San Blas. La pertenencia a la hermandad está permitida únicamente a los habitantes de Almonacid del Marquesado, a sus descendientes y a aquellos que han casado con una mujer almonaceña. Por tanto, es una fiesta en la que los forasteros únicamente podrán participar contemplándola. Para ingresar en la hermandad, únicamente se debe pedir permiso al diablo mayor y pagar una cierta cantidad en metálico. En la Endiablada podremos encontrar desde niños de corta edad hasta ancianos octogenarios. Es la antigüedad dentro de la hermandad la que convierte a uno de los hermanos en “diablo mayor”, que será aquel que haya pertenecido a la misma durante más años de modo ininterrumpido, pues la falta de un diablo durante un solo año le hace perder toda la antigüedad para el derecho que pudiera tener a ostentar tal jefatura. Este cargo se ostenta vitaliciamente, de manera que no habrá un nuevo diablo mayor hasta la muerte del actual. El diablo mayor es quien dirige y manda sobre el conjunto de la Endiablada. Los diablos tienen un régimen interno estricto en cuanto a horarios y comportamientos y es el diablo mayor quien tiene potestad para amonestar a cualquier diablo, imponerle multas o, incluso, expulsarlo de la hermandad si contraviene las normas tradicionales, horarios o vestimenta.
Danzas. Los diablos tienen diferentes actuaciones, descritas ya en el programa de fiestas, pero podemos diferenciar dos formas muy distintas de comportamiento. Mientras dan sus vueltas por el pueblo, los diablos forman dos largas filas presididas por el diablo mayor, caminando de forma pausada a la vez que hacen sonar sus cencerros con suaves movimientos de cadera. Este caminar ceremonioso se rompe en el momento que tienen a sus patrones enfrente, dedicándoles danzas y carreras. La danza de los diablos obliga a dar pequeños saltos sobre la punta de los pies a la vez que se va danzando hacia la imagen con los brazos en cruz y sosteniendo en alto la porra en señal de adoración. Los movimientos verticales del cuerpo hacen elevarse los cencerros que resuenan fuertemente. Cada diablo lleva su propia cadencia de danza, similar a la de los demás, pero raras veces igual. Suelen llevar a cabo una especie de ritmo cuaternario con los pies en dos ciclos complementarios (derecha-izquierda-derecha-derecha // izquierda-derecha-izquierda-izquierda). El peso y el golpeo constante de los cencerros hacen que cada diablo se fatigue fuertemente. Durante la procesión los diablos se organizarán efectuando un movimiento de ida y vuelta: se danza cuando se está de cara al santo y se retorna a la fila andando para volver a danzar al final de la misma. Es en estas danzas donde los diablos muestran mayor emoción, la cual se traslada al rostro de los mismos. Los diablos sienten en esos momentos una mezcla de intensa fatiga combinada con sus más íntimos anhelos y pensamientos, que conectan con su más profundo ser, tanto en el ámbito individual, como en el colectivo. Por ello, es frecuente que los visitantes queden impresionados por la intensísima vivencia que la fiesta presenta ante nosotros, la cual la alejan de cualquier atisbo de banalidad o trivialidad.
Cuando los diablos se encuentran en la procesión o dentro de la iglesia, también podemos apreciar los “saltos”. En este caso los diablos emprenden carreras a gran velocidad dando amplios brincos y provocando un violento choque de los cencerros. Esta variante se suele dar en las cuesta abajo de las calles y dentro de la iglesia y es bastante espectacular para los visitantes.
Uno de los aspectos más llamativos de la fiesta son los atuendos de los diablos. Iremos repasando cada uno de los elementos que son característicos en su vestimenta, alguno de los cuales parecen proceder de un pasado rancio y lejano.
Cencerros. Son uno de los atributos más llamativos y verdaderos protagonistas de las fiestas. Los cencerros que portan los diablos de Almonacid no son los habituales de los ganados, sino que deben encargarse especialmente debido a su tamaño. Muchos de los cencerros que suenan en la fiesta se han hecho en Mora (Toledo) o Almansa (Albacete). Podemos encontrar cencerros de diversas magnitudes, dependiendo de la fuerza, edad, o disposición de cada diablo, llegando algunos a superar los 45 cm. Habitualmente se portan tres cencerros, aunque también podemos encontrar conjuntos de dos o cuatro, ligados mediante la “sarta”, la cual consiste en un verdugo de unión entre los cencerros ligado a ellos por ataduras que se prolongan hacia la cintura. El ensartado se completa mediante correas de cuero para colgarlos de los hombros. Algunos de los cencerros que podemos observar en la endiablada han pasado a través de varias generaciones, llegando a más de una centuria de antigüedad.
Traje. El traje de los diablos se confecciona en dos piezas, camisa y pantalón, y se utilizan telas de tonos y estampados llamativos. Su elaboración ha corrido siempre a cargo de las mujeres del pueblo, las cuales lo cosen de forma artesanal. A pesar de que cada traje es distinto a los demás, podemos apreciar una curiosa homogeneidad en el conjunto de la Endiablada y su cortejo multicolor.
Los testimonios de nuestros mayores nos describen a los diablos vistiendo paños burdos, como arpillera, llenos de retales y remiendos, con pieles de animales formando parte de su indumentaria y con lagartos y serpientes pintados en las telas. El aspecto actual de la endiablada se ha ido estableciendo durante el siglo XX, evolucionando hasta un aspecto más uniforme.
Tocado. Los diablos comienzan la fiesta con el “gorro” de la Virgen, el cual consiste en una pieza cilíndrica de la cual parten dos aros a los que se fijan flores. El gorro estará presente en los diablos hasta la tarde del día 2 de febrero. A partir del acto del lavatorio los diablos cambian su aspecto llevando la mitra, en recuerdo de la dignidad episcopal de San Blas. La mitra de los diablos es de color rojo con ribetes amarillos. En su parte frontal suele aparecer una cruz y las iniciales de su dueño.
“La porra”. Es una especie de cetro con una cabeza colocada en su extremo. Las porras pueden mostrar diferentes figuras, en muchas ocasiones deformes o monstruosas: figuras de demonios, dragones, efigies desfiguradas, imágenes de San Blas o de un diablo mitrado. La porra se porta sobre el hombro durante el caminar de los diablos por el pueblo y en las danzas, se alza con el brazo derecho.
Careta. La costumbre de portar careta fue unánime en tiempos pasados, a tenor de las fotografías y testimonios orales. Sin embargo, durante la segunda mitad del siglo XX este atributo de los diablos ha ido cayendo en desuso y hoy es bastante más inusual, aunque aún podemos contemplar algún diablo con careta. Las máscaras antiguas eran de fabricación artesanal, con cartones pintados y cola, dibujando unas facciones desfiguradas o monstruosas y concordaban con el singular atuendo del diablo y su inusitado comportamiento. Actualmente las máscaras que podemos ver son compradas, casi siempre con atributos grotescos o demoníacos.